Los niños siempre han sido los protagonistas de todos los veranos. Las vacaciones, la playa, los juegos con los amigos, las actividades, los campamentos… los momentos más esperados de los pequeños de la casa ocurren en verano y, además, no hay clase, un extra nada desdeñable para nuestros niños y jóvenes en edad estudiantil. Este año, por muy diferente que sea todo, los niños no han dejado de ser los protagonistas del verano, aunque la preocupación de muchos expertos y padres ya haya alertado sobre que ese protagonismo puede que no sea tan beneficioso como otros años.
El Covid19 los arrancó de las aulas de toda España en marzo y ahora en Agosto las restricciones para ellos siguen siendo demasiadas. No estamos hablando de que haya motivos para que existan, pues lo hay, sobre todo gracias a esos irresponsables que se creen superiores a los demás y se niegan a llevar mascarilla o a respetar unas simples y sencillas normas de prevención bastante lógicas. Por culpa de ellos los rebrotes en España están causando estragos, y ya se habla de una segunda ola, aunque se espera que al estar más preparados para recibirla la catástrofe, en todos los sentidos, sea inferior.
Sea como sea, hoy por hoy tenemos a miles de niños que han pasado más de un mes encerrados en casa, que no se les ha dejado durante mucho tiempo después jugar en parques, con amigos, y que, hoy por hoy, tienen que llevar mascarillas (mayores de 6 años) hasta para pasear. Nadie pone en duda la necesidad de las normas pero ¿nos damos cuenta de los efectos psicológicos que todo esto puede tener en toda una generación española?
La semana pasada tuve la oportunidad de ir a la playa y, sin saberlo, nos pusimos delante de una agencia de deportes acuáticos que dispone de escuela de verano para niños. En menos de 10 minutos aparecieron tres grupos de niños de unos 15 niños en cada grupo de entre 9 y 13 años aproximadamente y a mi alrededor, muchísimos usuarios de la playa, empezaron a incomodarse.
- “Esos son 15 niños relacionándose entre sí, sin distancia de seguridad ni mascarillas, que se pueden contagiar y luego pegárselo a sus familias”.
- “Los abuelos de esos niños no van a verlos crecer”.
- “¿Es que no tienen conocimiento los padres de esos niños?”
- “¡Pero cómo puede el Gobierno permitir este tipo de actividades con tantos niños sin proctecciones”.
Esas frases son las que escuché, y algunas más, y mi raciocinio luchaba contra sí mismo porque una parte de mí entendía que las dijeran en voz alta, y otra parte de mí tenía ganas de recriminarles su aptitud.
¿Cómo poner en una balanza la salud pública y la salud psicológica de nuestros niños? Al final, los niños son el futuro de nuestro país y si ellos no están bien ¿quién lo está?
Según la empresa de actividades extraescolares en Madrid, AEM hay posibilidades, con buena organización, de preparar actividades para los niños en un entorno seguro, aunque reconocen que es complicado. Ahora bien, ¿quién decide los riesgos que podemos asumir y los que no?
Por un lado, tener bares y restaurantes abiertos es un riesgo, aunque se tomen todas las medidas de seguridad, y sin embargo hay otras cosas que se miran con malos ojos aunque tengan el mismo riesgo.
Por ejemplo, en un bar, en una mesa, nos podemos juntar tantas personas como queramos (a no ser que en la comunidad haya alguna prohibición por riesgo de rebrotes). Obviamente, si te tomar una cola, una cerveza, o si estás comiendo tapas, la mascarilla se queda en el bolsillo y tanto si en la mesa son 2 personas como si son 20, todos comen y beben mientras hablan alegremente sin la seguridad de la mascarilla y, en la mayoría de casos, sin la seguridad de la distancia social. Pero si 20 niños, en la playa, practican una actividad deportiva de iniciación al surf, ríen, juegan y se lo pasan bien, entonces nos llevamos las manos a la cabeza.
No estoy criticando la actividad del bar, ni mucho menos, pero no tienen lógica algunos pensamientos que tenemos. ¿Acaso los 20 comensales del bar de tapas no pueden contagiarse e ir expandiendo el virus a familiares y amigos del mismo modo en el que podrían hacerlo los niños de la playa con sus familias?
Según los profesionales de IEFYL, docentes expertos en la preparación de oposiciones para maestros en todas las comunidades autónomas españolas, esta situación no solo podría obligarnos a cambiar la forma en la que impartir las clases los próximos cursos para mantener la distancia social en los colegios, sino que podría obligarnos también a modificar nuestro planteamiento pedagógico al tener que incluir en el programa ciertas destrezas necesarias que antes los niños aprendían en su contexto social, tales como el respeto al prójimo, la interacción social con otros niños y adultos e incluso la empatía.
Según los expertos podríamos estar hablando de una generación (sobre todo los menores de 6 años) que llegaría a vivir su infancia de un modo muy diferente a la de cualquier otro niño pues las relaciones de juegos en los parques públicos quedaría reducida a lo mínimo, en el colegio la interacción más grande la harían con los profesores y psicopedagogos y es posible que si entre la familia no hay otros niños de su edad, esa socialización que requieren los pequeños no pueda ser cubierta en varios meses, e incluso años.
La balanza permanece en equilibrio
Ahora bien, ¿estamos ante un problema de salud que podría suponer nuestro cambio de forma de vida? Sí, por supuesto. Si a eso le sumamos los millones de muertos que ya ha habido en todo el mundo ¿no es esto lo suficientemente importante como para que nos arriesguemos a que los niños sufran ciertas secuelas? Es muy duro decirlo así porque nadie quiere que sus propios hijos tengan secuelas de ningún tipo pero ¿no merece la pena el riesgo con tal de salvar la vida a miles de millones de personas? Sobre todo teniendo en cuenta que hablamos de “riesgo” y no de una consecuencia probada en el 100% de los casos, ni siquiera en la mitad de los casos.
Por eso la balanza en la que peso los pros y los contras de los niños y de la salud pública está en equilibrio, por eso soy incapaz de saber si es mejor volver a encerrarnos en casa con ellos o dejarlos vivir un verano como cualquier otro, o lo más parecido posible, por eso no sé si yo, como madre, debo huir de espacios públicos y de actividades infantiles con otros niños o es mejor acudir a ellos y cruzar los dedos para que no pase nada malo.
¿Quién tiene una respuesta correcta? Yo creo que no la hay.