El estrés, la ansiedad y la depresión se han convertido en la tercera causa de baja laboral más habitual en casi todo el mundo. El estrés es una enfermedad cada vez más extendida. Algo que parece consustancial a los tiempos que vivimos. Analizamos en qué consiste y cómo se puede abordar.
Vivimos en una sociedad hiperproductiva. Ese rasgo se extiende a nuestra propia vida. Parece que tenemos que estar haciendo cosas durante todo del día. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Si no hacemos algo productivo, parece como si estuviéramos vacíos. Las 24 horas no nos dan para todo lo que queremos hacer en el día. Mantener este nivel de hiperactividad durante mucho tiempo, termina pasando factura a nuestra salud física y mental.
Por la propia dinámica en la que estamos inmersos, acumulamos responsabilidades de las que no nos podemos desprender. Por su exigencia y por su cantidad. Llega un momento en el que nos cuesta gestionarlas. Y más aún, estar al 100% en todas ellas. Tenemos que ir al trabajo, atender a nuestra familia, acudir al gimnasio para mantenernos en forma, participar en las actividades del club deportivo o social en el que nos hemos inscrito, visitar a nuestros padres, a nuestros amigos…
Incluso aquellas responsabilidades que digamos que no son imprescindibles, las vemos como una obligación, no como un capricho.
Por ejemplo, cuando nos vamos de vacaciones, nos empeñamos en visitar multitud de sitios y cumplir una larga lista de actividades en los pocos días que estamos en el lugar de destino vacacional. Parece que si no las hacemos, nuestras vacaciones están incompletas.
Visto desde fuera, todo este nivel frenético de actividad, no es extraño que nos genere estrés. A veces es mejor ir soltando lastre.
¿Qué es el estrés?
La página web de la Organización Mundial de la Salud define el estrés como el estado de preocupación o tensión mental generado al enfrentarnos a una situación difícil.
De una manera u otra, todas las personas padecemos estrés en un cierto grado. Esta es una respuesta natural del cuerpo ante amenazas y otros estímulos. El aspecto patológico del estrés radica en la forma en la que gestionamos esta respuesta.
El estrés pasa a ser enfermizo cuando se convierte en algo paralizante que nos impide afrontar las tareas habituales de nuestra vida. Esto puede suceder por haber pasado un periodo continuado de excesiva exigencia o por lidiar con situaciones ante las que nos sentimos abrumados.
Algunos de los signos del estrés son la dificultad para concentrarnos y relajarnos, y la tendencia a sentirnos ansiosos e irritables. El estrés tiene repercusiones sobre nuestro estado físico. Ocasiona dolores de cabeza, dolores gastrointestinales, insomnio, alteraciones alimenticias (comer más o menos de lo habitual) y puede empujarnos a consumir en exceso sustancias como el tabaco, el café, el alcohol o determinadas drogas, para poder gestionar la situación.
El estrés puede llegar a exacerbar otros trastornos de salud mental como la ansiedad o la depresión. El problema más preocupante del estrés es cuando este se cronifica, llegando a paralizar al individuo.
La O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) señala que una de las características que tiene el estrés es que no se manifiesta igual en todas las personas. Cada persona reacciona de una manera diferente ante situaciones estresantes. Esto hace que los síntomas de esta patología sean distintos en cada caso y que, por tanto, las estrategias para abordarlo sean diferentes.
Tipos de estrés.
Según la web de American Psychological Association existen tres tipos de estrés, que son los siguientes:
- Estrés agudo.
Este es el tipo de estrés más frecuente. Es el que se da de forma puntual ante situaciones concretas que se salen fuera de lo normal o que nos exigen un esfuerzo extra. Sería el estrés que sufrimos antes de presentarnos a un examen importante en la carrera o cuando en el trabajo tenemos que entregar un encargo. Si la presión que sentimos en este caso es excesiva, el estrés puede resultar agotador.
Este es un tipo de estrés que cualquiera de nosotros podemos reconocer con facilidad. Lo que nos da herramientas para poder gestionarlo. Sus síntomas más frecuentes son una combinación de irritabilidad, ansiedad y depresión; dolores musculares en la espalda, en el cuello o las articulaciones; acidez de estómago; y una sobreexcitación nerviosa pasajera que provoca aceleración del ritmo cardiaco, subidas de tensión arterial, sudoración excesiva y dificultad para respirar.
- Estrés agudo episódico.
Esta tipología se refiere a las personas que sufren ataques de estrés agudo con frecuencia. Son personas que siempre andan atareadas, pero que llegan tarde a todos sitios. Que acumulan una gran cantidad de responsabilidades que les resulta difícil de gestionar.
Los cardiólogos norteamericanos Meter Friedman y Ray Rosenman dividieron a estos enfermos en dos subtipos en función de la personalidad del paciente.
La personalidad “Tipo A” hace referencia a personas supercompetitivas, que acumulan una carga de tareas o de responsabilidades excesiva, agresivos y que desarrollan un sentido agobiador de urgencia. Debido a su enfermedad, estas personas suelen tener un carácter irritable y malhumorado. Son personas propensas a sufrir enfermedades cardiacas.
En el lado opuesto está la personalidad “Tipo B” que ven una amenaza en todo lo que les rodea. Cualquier cambio lo conciben como algo negativo. Esto les genera una situación de alerta y de angustia continua que les hace estar tensos y ansiosos con relativa frecuencia.
El estrés agudo episódico puede incubar enfermedades físicas crónicas y graves. Como hipertensión, dolores frecuentes de cabeza prolongados, y enfermedades coronarias.
El enfermo de estrés agudo episódico vive en un bucle en el que para poder salir necesita ayuda profesional.
- Estrés crónico.
El estrés crónico genera un desgaste y una destrucción progresiva de la salud física, mental y emocional del individuo. Llega a generar apatía por todo lo que hace, afecta y rodea a la persona, con el consiguiente abandono de su salud. Está relacionado con el “síndrome del trabajador quemado” o “síndrome de Burnout”, aunque no está causado siempre por las condiciones laborales.
Este es el estrés de la pobreza, de las familias disfuncionales, de las personas que viven atrapadas en un matrimonio o en un trabajo que no les gusta, los que han normalizado una situación que les resulta deprimente y a la que no ven salida.
Mientras que el estrés agudo es fácil de identificar, ya que se trata de una situación novedosa, el estrés crónico es complicado de percibir para el propio enfermo. Lleva viviéndolo durante mucho tiempo y lo considera parte de su vida y de su forma de ser.
Este estrés puede aparecer cuando la persona ha estado expuesta a periodos de alta presión durante espacios prolongados de tiempo o por haber sufrido alguna experiencia traumática en el pasado.
Es un tipo de estrés complicado de curar, pero es necesario abordarlo, puesto que en su desarrollo llega a ser incapacitante. Anula a la persona.
¿Cómo abordar el estrés?
El psicólogo Carlos Ruíz León, un psicólogo de Córdoba especializado en el tratamiento de los trastornos de estrés y de ansiedad, dice que cualquier caso de estrés debe tratarse de una manera personalizada. Adaptado a las características y a la situación del paciente.
Para ello es importante adoptar una actitud comprensiva, sin juzgar para nada los actos del sujeto. La consulta debe convertirse en un espacio libre y seguro en el que la persona pueda expresar sin miedo sus pensamientos, sus sentimientos y sus frustraciones. Los casos de estrés suelen ir acompañados de valoraciones e ideas que el enfermo se autorreprime y guarda en su interior.
Las sesiones con el psicólogo y la terapia deben ir dirigidas a que la persona pueda identificar las situaciones que le causan estrés y dotarle de herramientas para poder gestionarlas de manera proactiva.
Un enfermo de estrés debe aprender a relajarse. Por esta razón, como actividad complementaria no le viene mal practicar disciplinas como el yoga, el mindfulness o ejercicios de meditación con los que despejar de su cabeza las preocupaciones y alcanzar un nivel de equilibrio emocional, destemplando los nervios.
Otras actividades que le ayuden a desconectar por un tiempo de su rutina diaria también son beneficiosas. Estamos hablando de las expresiones artísticas. Cultivar la pintura o aprender a tocar un instrumento son ejercicios beneficiosos para combatir el estrés. Mientras pintamos un cuadro o tocamos la guitarra, ponemos todos nuestros sentidos en lo que estamos haciendo. Estamos concentrados en los detalles o en memorizar las notas y no pensamos en los asuntos que nos preocupan habitualmente. Se trata de un “reset” que resulta beneficioso para nuestra mente.
En los últimos 50 años se ha desarrollado una disciplina, la “arte-terapia” que utiliza la práctica artística con un sentido terapéutico. El aspecto de liberación mental del arte ya lo señalaba Freud en sus estudios.
A algunas personas, practicar ciertos deportes como el ciclismo, el boxeo o las artes marciales les han ayudado a lidiar con situaciones de estrés.
El estrés no podemos verlo únicamente como un problema individual. Se trata de una enfermedad bastante extendida, a la que no hemos dado una respuesta eficaz como sociedad.